miércoles, 9 de marzo de 2016

CONFESIÓN




Cuando el hombre cayó al suelo, derribado por la fuerza de sus puños, el otro se le echó encima como una bestia cebada por el olor de la muerte, y sin mediar palabra, insertó el estilete en el globo ocular de su víctima. El grito de dolor heló la noche, mientras el humor vítreo chorreaba por el rostro desencajado, mezclándose con la sangre oscura.
El atacante repitió su faena con el otro ojo, mientras el dueño de aquellas cuencas vacías, perdía la consciencia ante el espanto del tormento. Sólo en ese instante, el atacante se incorporó de un salto y corrió por un callejón hasta alcanzar la Plaza Mayor.
La iglesia de San Jorge estaba en penumbras cuando entró buscando con los ojos, los suyos, el confesionario. Al encontrarlo, se hincó sobre la madera y pidió perdón, pero antes de obtenerlo, su estilete entró y salió a través del ventanuco calado, dos veces. Suficiente para sentirse dios y perdonarse.

Estarán asombrados por el tenor de este microrrelato ya que no es habitual que escriba en este estilo, pero fue el tema de un concurso y no quise desperdiciar la oportunidad de aceptar el desafío.

domingo, 13 de septiembre de 2015

PERSPECTIVA




Subió, subió y subió. Cuando llegó a la cima, se aproximó al borde y miró hacia abajo; veía a la gente minúscula y vulnerable. Cuando tuvo que bajar, encontró que aquellos puntitos que había visto desde las alturas eran tan grandes como él, y más todavía, porque estaban revestidos de humildad.
Fue entonces que el Ego, se percató de que siempre había 
notado la paja en el ojo ajeno.

 Microrrelato ganador del 1º Premio del Certamen Fundación Arte por un Mundo Mejor. Bs. As. Agosto de 2015

miércoles, 12 de agosto de 2015

EL CRIMEN IMPERFECTO








Lo habían encontrado en la escena del crimen, ensangrentado, tembloroso y enroscado en un rincón. Cuando la policía lo detuvo, no dijo palabra, sus ojos querían decir mil cosas pero era incapaz de despegar los labios. El médico forense diagnosticó “estrés postraumático” y fue derivado a un hospital psiquiátrico hasta que pudiera contar cómo se habían desarrollado los hechos. El inspector Costa Mora arriesgaba hipótesis que se caían, indefectiblemente, por su propio peso. Pasaron los días y el sospechoso seguía sin hablar, con la mirada perdida en la nada y la boca cosida por el silencio. La esposa de la víctima no se cansaba de hostigar a Costa Mora, le exigía justicia, le pedía celeridad, necesitaba que el difunto descansara, decía, en paz. 
Al cabo de una semana, el inspector arrestaba a la viuda por el asesinato de su marido. Fue cuando averiguó que el sospechoso era el amante del hombre, lo único que pudo escribir, en un papel sucio, antes de suicidarse por amor.



Finalista de “Relatos Policíacos”Convocado por Letras con Arte – Agosto de 2015