lunes, 13 de diciembre de 2010

ENTRE LAS SÁBANAS

Antes de que despuntara el alba sentí tus manos bajo las sábanas recorriendo mis contornos con la avidez del caminante que espera encontrar una posada para pasar la noche a buen resguardo. Y allí llegaste, a las puertas de mi morada, que aún soñolienta se abrió para franquearte el paso y ofrecerte el cobijo que necesitabas. Los leños del hogar se encendieron sin dilates cuando tu boca hizo cima embanderando las alturas de mis pechos y el amanecer pugnaba sin éxito por ahuyentar a la luna que soñaba en nuestro lecho.

Fui el barro donde esas manos alfareras me dieron forma de mujer, desperdigando besos y caricias, fui el cristal donde se reflejaron tus pupilas ahuecando las distancias que desaparecieron entre murmullos, fui la roca que aguantó los embates de tus olas contra la orilla imperfecta de mi éxtasis y mi locura. Fuimos un solo cuerpo mimetizados entre las sombras, mientras la noche se desmayaba en su afán por emularnos.

Y así, cuando el rayo póstumo escindió nuestros cuerpos en el frenesí descontrolado que ya no admitía lentitud ni retornos, alcancé con mis manos el cielo y con mi suspiros el infierno, alcancé la luz y el ocaso, todo a un tiempo, mientras una gota de sol que se había escapado de su cautiverio, se posó sobre mi alma para avisarme que la gloria llevaba tu nombre. Desde esa noche separo en sílabas tu amor y analizo el predicado. El sujeto, aunque tácito, lo llevo dentro de mí.

jueves, 2 de diciembre de 2010

SIN PALABRAS

-Me supongo que la comida ya está lista.

La mujer, temerosa, asintió con la cabeza gacha y luego sirvió la sopa a su esposo que venía ebrio como una cuba. El niño que estaba en la mísera habitación contigua, temblaba, sabía lo que se avecinaba. Se hizo un ovillo y esperó. Los gritos del padre no tardaron en llegar:

-¡Y a esto le llamas comida, perra! ¡Hasta los puercos comen mejor que yo!

Le siguieron el ruido de golpes secos, huesos rotos, el llanto de la madre... y finalmente el portazo que anunciaba que lo peor había pasado… por el momento. El progenitor se había marchado. Siempre era igual.
Marcelo entreabrió la puerta. La madre ya no tenía lugar en el cuerpo para albergar más golpes. El niño la abrazó como si él fuera el padre, y su madre, la hija. Y acunándole el dolor, le regaló su propia esperanza.