martes, 27 de diciembre de 2011

ESCALA DE GRISES

Pensé que era el tiempo. El otoño suele tener estas cosas. Pero enseguida me convencí de que era yo, agazapada en una esquina de la vida, en esa zona de tintes indefinidos donde todo pasa por el margen, envuelto en una bruma de sentimientos encontrados. Quise salir pero no pude, y para colmo, no había nadie que me ayudara. Intenté gritar esperando que me escucharan, pero el silencio se empeñaba en jugar con los ecos. Me seguía hundiendo en esa escala de grises que no admite retornos y no podía hacer nada para evitarlo.
Por la ventana cerrada se filtraban los sonidos ahogados de la vida, pero me resultaban indiferentes, no eran míos.
Cuando sonó el teléfono yo seguía aferrada a las sábanas gastadas por el roce de las lágrimas. Cogí el tubo. Un amago de color se salteó un nivel, el mismo que me traería de regreso.

lunes, 12 de diciembre de 2011

DÍA DE LOCURA

Hasta la vista, baby, dije, al tiempo que me montaba en la Harley Davidson y escapaba despavorida y vestida de novia ante la mirada azorada de los invitados, que apiñados en la puerta de la iglesia no querían perderse ni un juego de luces de mi magistral desplante. Los tules blancos flameaban al viento y amenazaban con enredarse en las ruedas de la moto, pero seguí mi marcha como alma que lleva el diablo tratando de alcanzar otros horizontes.
En la retaguardia quedaban mi novio, con un ramito de azahares prendido en la solapa y cara de pavo real sin corona; mis padres, retando al aire con los puños en alto y mi hermano menor, que batía palmas ante el espectáculo. ¿Por qué lo hice? No pregunten, menos averigua Dios y perdona.

domingo, 4 de diciembre de 2011

LAS ALAS DEL ÁNGEL

Cuando la sirena antiaérea comenzó a lastimar el aire con su funesto mensaje, los niños de la escuela supieron enseguida qué hacer. Lo habían practicado muchas veces en el transcurso de sus pocos años, pero esta vez no era un simulacro, esta vez la amenaza rugía sobre sus cabezas mientras el aire se llenaba de esquirlas y de presagios.
Elena escuchó, casi presintió entre las explosiones, el llanto quedo de dos hermanitos que temblaban sobre el piso desnudo, pues el miedo les había impedido buscar un refugio donde esperar la vida o la muerte con los ojos de la esperanza.
Y la esperanza llegó de la mano de Elena. La maestra se arrastró hasta donde estaban los pequeños, y en lugar de moverlos, se quedó al lado de ellos mientras sus manos, en la caricia, se transformaron en las alas del Ángel de la Guarda. Luego, su voz se abrió paso entre el ruido de metralla para contarles un cuento: “Me pregunto -dijo el principito- si las estrellas están encendidas a fin de que cada uno pueda encontrar la suya algún día.
El caos había desaparecido en derredor de los niños y de su maestra, los tres sabían dónde se encontraba lo esencial en ese momento.