Y, de pronto, me encontré delante del molino sin saber cómo había logrado burlar el océano para recalar en la tierra de mis mayores. Tal vez era la fuerza del deseo, o el poder de los lazos familiares que, a la distancia, quisieron obsequiarme mi último viaje. No hice preguntas, sólo me dediqué a disfrutar del momento, mientras que el viento jugaba con las aspas de aquel titán con ojos de ensueños, y yo pasaba de largo, de la misma forma en que había cruzado el mar.