Hoy es mi cumpleaños. La apetitosa barbacoa casi está lista para adornar la mesa en el centro de un nutrido grupo de amigos, todos ellos del mismo Tribunal donde soy Juez de Instrucción. Un año más es para dar gracias. Mientras hago los preparativos, sigo pensando en el caso resonante que ha caído en mis manos. Siento que la ansiedad se cuela entre las chuletas como un tóxico fatal, mañana comienza el juicio y los ojos de la prensa caerán sobre mí. Sé que el candado es una pieza fundamental para resolver el crimen, pero el acusado está tranquilo porque sabe que la prueba está incompleta. Fantaseo que he armado, finalmente, el rompecabezas.Llegan mis invitados y entre la algarabía voy desenvolviendo regalos. Ninguno lleva tarjeta, no hace falta. Palos de golf, un reloj, mi perfume preferido… apenas reparo en la pequeña caja azul hasta que la depositan en mis manos. ¿Un anillo? ¿Un sujetador de corbatas? El corrillo me apura para que la abra, por lo que rasgo el papel apresuradamente, levanto la pequeña tapa y apenas doy crédito a lo que veo. ¡Sorpresa! Exclaman al unísono. Frente a mis ojos, la llave se transforma en oro.

