viernes, 24 de febrero de 2012
PUNTO DE REFERENCIA
Alineó, parsimoniosamente, diez pequeñas piedras a su derecha y otras diez pequeñas piedras a su izquierda, que representaban diez dedos de cada lado, incluidos los de la mano y los del pie. Las veinte piedras graficaban la cantidad de peces que ese día debía llevar a la aldea para alimentar a su familia. Un pez -una piedra- cada dos personas; cuarenta personas unidas por lazos de sangre. Por cada pez que sacaba del agua, hacía desaparecer una piedra de la línea. Era tarea cumplida. Cuando pescó el número quince, quiso quitar la piedra número quince, pero sólo la presionó con el dedo. Era un acto reflejo primitivo, demasiado primitivo como para que él lo recordara, sin embargo, la memoria ancestral le susurró “Delete”, aunque jamás sabría que era una referencia “SQL”.
martes, 14 de febrero de 2012
EMPATÍA
sábado, 4 de febrero de 2012
MUCHO MÁS QUE NÚMEROS
Uno, dos, tres…
Había decidido contar las gotas que caían del grifo y que se estrellaban sobre el suelo de piedra con el repiqueteo cruel de la indiferencia.
Diez, once, doce…
Si no fuera por el sonido del agua y el sibilino desplazarse de las cucarachas, se hubiera creído muerto, aunque dudaba de si realmente lo estaba, allí abajo la oscuridad le cortaba el rostro con una ceguera sin retornos.
Noventa y nueve, cien… Mil ciento tres, dos mil diez… ¿Tantas gotas habían caído hasta entonces?
Apenas se movía, pues temía perder la cuenta, único propósito que le devolvía la esperanza más allá de los grilletes que aprisionaban sus tobillos. Hasta que exhausto, el sueño le ganó la batalla.
Al cabo de un tiempo impreciso, se despertó horrorizado: había olvidado el último número. Intentó recordar la cifra pero el esfuerzo le resultó vano.
Se enroscó sobre sí mismo, y despojado por completo, esperó la libertad.
Había decidido contar las gotas que caían del grifo y que se estrellaban sobre el suelo de piedra con el repiqueteo cruel de la indiferencia.
Diez, once, doce…
Si no fuera por el sonido del agua y el sibilino desplazarse de las cucarachas, se hubiera creído muerto, aunque dudaba de si realmente lo estaba, allí abajo la oscuridad le cortaba el rostro con una ceguera sin retornos.
Noventa y nueve, cien… Mil ciento tres, dos mil diez… ¿Tantas gotas habían caído hasta entonces?
Apenas se movía, pues temía perder la cuenta, único propósito que le devolvía la esperanza más allá de los grilletes que aprisionaban sus tobillos. Hasta que exhausto, el sueño le ganó la batalla.
Al cabo de un tiempo impreciso, se despertó horrorizado: había olvidado el último número. Intentó recordar la cifra pero el esfuerzo le resultó vano.
Se enroscó sobre sí mismo, y despojado por completo, esperó la libertad.
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