miércoles, 28 de julio de 2010

UN DÍA MARAVILLOSO

Se despertó como todos los días, al amanecer. Su reloj biológico no se equivocaba, no importaba que fuera invierno, verano o estaciones intermedias, el ritual se repetía incondicionalmente.

Pensó que sería un día como cualquiera, tratando de convencerse a sí mismo. ¿Qué diferencia podría notar sabiendo de que hoy agregaría un año más a su vida? Ninguna, contestó su voy interior. Y era cierto.

Aún antes de levantarse repasó mentalmente su poco más de medio siglo de existencia, sus logros, sus pesares. Tenía una familia maravillosa, un trabajo que no le convencía demasiado, pero que muchos envidiaban. Repasó mentalmente. Había tenido un hijo, había escrito un libro -en realidad varios-, pero ¿había plantado un árbol? Seguramente que sí, aunque se enfadó consigo mismo por no recordarlo. Al lado de él, su esposa, el amor de toda la vida, aún dormía plácidamente. Era como tener un ángel al alcance de su mano.

Pensó que sería maravilloso plantar un árbol… Un año más para seguir aprendiendo de la vida era el mejor regalo de cumpleaños. Se sintió agasajado. Sí, el fin de semana, aunque ya lo hubiera hecho, se propuso que plantaría un árbol, esta vez lo recordaría para siempre.

viernes, 16 de julio de 2010

ESCENA

La carne rebozada fría no vale nada. De modo que Luis se dispuso a calentarla como mejor sabía. Allí en la playa le resultaba un poco embarazoso, con tanta gente en derredor.

Algunas señoras maduras lo miraban con desagrado, dando claras señales de reproche. Un grupo de adolescentes que tomaba plácidamente el sol, reían en forma desinhibida mientras secreteaban entusiasmados entre ellos. Un poco más allá, una joven madre, tomó a su niño de la mano alejándolo de la escena pecaminosa.

Pero esto no amedrentó a Luis. Introduciendo las manos por debajo de la arena que la cubría, repasó, con placer, los contornos de la mujer hasta que esta se encendió como una tea. Ahora estaba en su punto justo.

martes, 6 de julio de 2010

ÚLTIMO MINUTO

Prisionero de su esfera. El silencio interrumpido sólo por el tic tac monocorde de las horas que se escurrían sin remedio en un mundo que pasaba a su lado sin tocarlo, pero que lo atenazaba en su transcurso con las garras de lo efímero.

De improviso, la fatalidad le salió al paso cortándole las venas de su aliento e intentando desterrarlo para siempre de esa cárcel automática, acerada e indiferente, donde la eternidad es sólo el nombre de una utopía.

Agachó la cabeza, consciente de su minuto final. Pero la guadaña del tiempo, lejos de segar su vida, segó horas, minutos y segundos con un estoque postrero, y él, pudo por fin, liberarse del espectro sin rostro que esgrimía aquellas manecillas circundantes, que siguieron su camino perpetuo, sin saber que el ignoto prisionero finalmente había huido hacia los confines de la vida.