sábado, 29 de agosto de 2009

CAPÍTULO IV: EL GRITO DE UN CORAZÓN

¡Cómo no aceptarla, mi señor, si antes que filo tiene pétalos de rosa y antes que sangre tiene amor! ¿Es que no veis el sol que mis mejillas arroba ante vuestra presencia y valor?

¿O creéis acaso que vuestra espada sólo acalla los ecos de una garganta cortada?

¡No! Yo os digo que si este sol dejara de brillar, el rojo de sus rayos viviría por siempre en mis mejillas solamente por nombraros…

¡Levantaos! ¡Vive Dios! No hinquéis en tierra vuestra rodilla, porque al veros yo hincaré las dos. Decidme os lo pido, la palabra santa, la que trueque el abismo de mi vida en pos de los sueños que por vos atesoro.

¡No calléis! Las barbacanas se poblarán de saeteros pero mi alma os traerá hacia mí con las límpidas alas de la vida.

¡No calléis! ¡Decidme que me amáis! Y se alzarán los puentes levadizos que os darán paso al castillo de mi gloria. Bebed de mis lágrimas si queréis, pero también bebed de mis besos…

lunes, 24 de agosto de 2009

UN DÍA, EN UN PARQUE...


Me había sentado plácidamente a leer un libro en un banco del soleado parque. De lejos me llegaba la algarabía de los niños jugando en el arenero y hamacándose despreocupadamente, mientras algunos gritos maternos llamaban la atención de alguno que otro diablito.

En la zona donde me encontraba la arboleda había formado un techo de ramas y era una delicia poder disfrutar de la lectura bajo esa bóveda natural ya que a esa hora había muy poca gente. Pasó un tiempo que no puedo determinar, pues me había abstraído tanto con mi libro que el tiempo se hizo astillas entre mis manos, lo cierto es que cuando volví al mundo circundante me di cuenta que un anciano se había sentado a mi lado y me miraba con atención. Le sonreí por cortesía, pues su edad avanzada merecía esa sonrisa y muchas más.

El hombre me devolvió la atención de la misma manera, y como si me conociera desde siempre me preguntó:
-¿Qué tal van sus escritos? –Confieso que quedé descolocada y tal vez mi expresión fue la que a modo de contestación percibió el anciano, pues sin más, continuó diciendo: -No se asombre, aún con un libro en la mano cualquiera se da cuenta que usted puede escribir uno, sus ojos se pierden entre los renglones como yo me pierdo cuando salgo a la calle. –Y con una nueva sonrisa festejó él mismo su propia humorada.

Dirigí la vista al libro que estaba leyendo sólo para cerrarlo, fue una fracción de segundo, cuando volví a levantarla para entablar conversación con el anciano, comprobé con asombro que ya no estaba a mi lado. Lo busqué con la mirada, pues no podía estar muy lejos. No lo encontré, ni a él ni a nadie en los alrededores, pero cuando iba a recoger mi bolso que había quedado sobre el banco de piedra, ya dispuesta a marcharme, encontré un papel amarillento con la siguiente leyenda: “Los ojos del alma son los ojos con los que se siente la presencia de la Inspiración. Nunca los cierres”.

Me levanté despacio, cavilante, aquí no se podía hablar de un sueño. Aún hoy, después de veinte años, conservo el papel amarillento entre las hojas de uno de mis libros de poemas.

miércoles, 19 de agosto de 2009

LE CONTÉ AL ALBA...


Como cera entre mis manos el alba se convirtió en pájaro de fuego y agazapada en el horizonte se dispuso a escucharme. Y yo, que no sabía otra cosa más que hablarle a la vida, le conté de mis desvelos y de mis esperanzas.

Así supo de mi caminar sediento arrastrándome por la arena del desierto mientras el espejismo de un oasis me alentaba a transitar hacia la nada, dejándome el alma seca y cicatrices abiertas que laceraban mi cuerpo como látigos. También supo del salitre de mis lágrimas que se vaciaban una y mil veces en los mares de mis penas empapando los recuerdos de otros tiempos y ahogando entre sollozos la nostalgia traicionera. No dejé de contarle del palpitar de mi corazón cuando él me hablaba, ni del color del tiempo que anidaba en su mirada, espejos que no podían mentir porque reflejaban la pureza de su alma.

Y qué decir de mi soledad entre millones, si el alba no comprendía la esencia de las noches ni la bruma que se escapaba de su boca, sólo sabía del rocío que perlaba los capullos desparramando soles sobre la hierba diamantina. Tanto le conté de mis sueños y de mis cantares, que sin querer se fue durmiendo mientras yo me despertaba saboreando mi presente que no era otra cosa que la magia de vivir soñando.

viernes, 14 de agosto de 2009

CAPÍTULO III: EL REGRESO DE DON ALFONSO

Yo he sido mi señora… don Alfonso Güiraldez de Castilla y León, para serviros…

Tiempo ha que no os veo, pero ese mismo tiempo en lugar de traicionar vuestro recuerdo se ha hecho cómplice de mi sorpresa, pues ayer he dejado a una niña y hoy encuentro en vos la más bella mujer que haya visto en mi transitar peregrino por esos caminos de Dios.

¿No recordáis acaso la rosa púrpura que entre vuestras manos deposité antes de emprender la marcha en nombre de nuestro Rey? Recordad Isolda, recordad, os lo pido… Tenía la rosa el mismo carmín que vuestras mejillas aquella vez y el mismo que tiene ahora.

Que no os asombre mi presencia señora, pues fue vuestra propia criada quién me envió recado para ayudaros en castillo. Presto me puse en marcha con las primeras luces del alba y aquí me tenéis, listo para defender vuestro honor.

¡Voto a los Santos del Cielo que no dejaré que nadie mancille la lozanía de vuestra frente que en alto debe continuar para que vuestros ojos sigan siendo los faros que me guíen en medio de la tempestad!

Decidme señora, os lo suplico, que aceptáis como vuestra guardiana al filo de mi espada…


sábado, 8 de agosto de 2009

CIUDAD FEROZ




La ciudad lo recibió con la inquietante niebla del invierno. A duras penas se divisaban las siluetas de las casas cercanas.

El hombre trató de horadar el espeso manto que lo rodeaba ahogándole hasta los propios pensamientos, cuando casi sin darse cuenta, él mismo se convirtió en niebla y la ciudad acabó devorándolo para siempre.

Desde entonces vaga en el vientre mancillado de aquel monstruo de cemento, dejando para la nostalgia el recuerdo de su pueblo.

miércoles, 5 de agosto de 2009

CAPITULO II: ISOLDA Y LAS VOCES


¡Virgen Santísima! ¿Acaso es la voz de don Alfonso la que escucho?
No, no debo ilusionar mi alma por el loco desvarío que la conciencia me juega. Es seguro que el eco de otras voces retumban dentro mío con el engañoso sonido de la distancia embozada en el sentimiento que me corroe las entrañas cuando en mi caballero pienso.

¡Ay de mí! Prisionera soy de mis recuerdos, más los barrotes de mi celda claman por el carcelero de capa y espada, mi Señor…
Tiempo ha que no le veo y tiempo ha que sufro y peno. ¿Puede el amor cegar la razón y obnubilar mis sentidos? ¿Amor…? ¿Qué digo? Mi boca habla a través de mi corazón traicionando mi secreto… ¡Callad insensata! Los muros escuchan y en el aire se escapan mis murmullos hacia oídos que están esperando ávidos para dar la estocada. ¡Callad boca mía! Dejad que los rosales escondan sus espinas cuando mi corazón late con la fuerza de un huracán, no sea que desgarren mis sentimientos y ahoguen en sangre mi clamor…


Pero ¿Qué revuelo es el que se ha desatado en el Patio de Armas? Los soldados vienen escoltando una noble figura apeándose de su corcel negro, tan negro como la larga noche que me acompaña en mi desdichado pasar.

¿No es acaso don Alfonso quien caminando con bravura hacia los almenares se dirige? Tal vez sea la magia negra que el infante don Juan Miguel me envía por su agorera creyendo que cederé a sus apetitos sin librar lucha… ¡Válganme los cielos que seré hierba de camposanto antes que doblegar mi honor bajo las garras del infame!

¿Quién viene a estorbar mis pensamientos en momentos tan desolados?
¿Sois vos Isabella?
¡Podéis pasar mi doncella! ¿Quién os ha enviado? ¡Decidme!