“Lo besé y me devolvió el beso más apasionado
que hube recibido nunca. Sus labios sabían a gloria, a menta fresca, a miel de
estío. Todo él era un universo de deseo consumiéndose en la plenitud de mis
sentidos. Lo sentí transitar mis caminos, detenerse en mis grutas y escalar mis
montañas como un peregrino en busca de sus altares. Por fin, fui suya en el
arrebato de pasión que consumió mi espera acaparando toda la magia en la cumbre
de un instante.”
Cerró el libro henchida de gozo. Había
hecho suyo el último párrafo.