Navegué una y mil veces a través del océano
de mis penas, en el recóndito viaje que los sueños me proponían, aún cuando la
vigilia, agotaba el paso de los días con la cadencia pendular de su triste
repiqueteo.
Y en el crucero de la noche, allí donde el
equipaje del dolor, se hacía carne en la ausencia, alcancé la costa de tus
besos, que en el infinito vuelo de la memoria habían grabado sobre mis labios
la impronta de aquel amor peregrino. Ahora que te he perdido para siempre, le
mendigo al alba, otro viaje, con pasaje a tu recuerdo.