El día en que la Tierra renació de sus propias cenizas, y los hombres
volvieron a pisar la superficie resquebrajada del suelo, ese día, comenzó la
búsqueda. Una búsqueda que duró siglos, mientras las nuevas civilizaciones se
afanaban en remover toneladas de escombros, escarbando bajo la tierra. Los
historiadores querían una prueba de la existencia de la palabra escrita, sólo
una para que dejara de ser leyenda.
Pero un día, casi por azar, un volumen maltrecho y apenas legible fue
hallado entre los restos momificados de un hombre desconocido que lo había
preservado en su abrazo postrero.
Como los sabios no podían entender aquellos signos, recurrieron al
registro digital. La voz monocorde de la máquina leyó el título en varios
idiomas: “Voina y mir”, La Guerre et la
Paix, Guerra y paz. Debajo un nombre extraño, “León Tolstoi”. Ese día fue
memorable, habían descubierto dos palabras, una casi había acabado con el
mundo, la otra, le había devuelto la
vida.