“Contigo pan y cebolla”, fue lo que siempre
había escuchado, y como una patética Cenicienta, lo creyó sin concesiones.
Cuando Walter le propuso ir a vivir juntos,
no vaciló, ya se arreglarían. ¡Qué ilusa! Luego de un año de minimizar gastos,
calcular costos, pedir préstamos, dejar de pagar la cuota del lavarropas y del
seguro del auto, y además, perder su propio trabajo, se daba cuenta de que así
no podían vivir. Esperaría a que llegara para decírselo.
Esa noche Walter apareció con un ramo de rosas
y una botella de champán. El pan y la cebolla se habían convertido en caviar.