domingo, 22 de agosto de 2010

LE CONTÉ AL ALBA...

Como cera entre mis manos el alba se convirtió en pájaro de fuego y agazapada en el horizonte se dispuso a escucharme. Y yo, que no sabía otra cosa más que hablarle a la vida, le conté de mis desvelos y de mis esperanzas.

Así supo de mi caminar sediento arrastrándome por la arena del desierto, mientras el espejismo de un oasis me alentaba a transitar hacia la nada, dejándome el alma seca y cicatrices abiertas que laceraban mi cuerpo como la punta de un látigo. También supo del salitre de mis lágrimas que se vaciaban una y mil veces en los mares de mis penas, empapando los recuerdos de otros tiempos y ahogando entre sollozos la nostalgia traicionera. No dejé de contarle del palpitar de mi corazón cuando él me hablaba, ni del color del tiempo que anidaba en su mirada, espejos que no podían mentir porque reflejaban la pureza de su alma.

Y qué decir de mi soledad entre millones, si el alba no comprendía la esencia de las noches ni la bruma que se escapaba de su boca, sólo sabía del rocío que perlaba los capullos de las flores, desparramando luz sobre la hierba diamantina. Tanto le conté de mis sueños y de mis cantares, que sin querer se fue durmiendo mientras yo me despertaba saboreando mi presente que no era otra cosa que la magia de seguir viviendo, atrapada para siempre, entre sus brazos.

sábado, 7 de agosto de 2010

UNA VEZ POR MES


Hace mucho tiempo que aquí nadie cree en los milagros. Ya nos transformamos en unas viejas solteronas y amargadas, por más que nos pasamos la vida molestando a mansalva a San Antonio, ni siquiera se dignó a ofrecernos un mísero pretendiente.

Sabíamos que el pueblo era chico y que escaseaban los hombres, pero siempre albergamos alguna esperanza. Ahora, el pueblo sigue tan chico como entonces, y faltan tantos hombres como en aquel tiempo, pero no nos hacemos problemas. El convento es cómodo y cada mes cambiamos de cura.