
Nací para ser mariposa, lo sé, lo palpito. Pero hoy, que sólo soy la impronta de una oruga, me arrastro en la incertidumbre por la ausencia de mis alas. Y en la longitud del futuro donde se agazapan los sentimientos vagos que alberga mi alma herida, dejo grabada para siempre la magia que me precede en el singular infinito de mi yo apasionado.
¿Será acaso que el presente me ahoga con su imperfección de desencantos, escondiendo en el ocaso los colores de esa mariposa nonata? ¿O será que en mi ignorancia he matado otros capullos, creyendo que los ayudaba a despojarse de su lastre de penas encontradas? ¿Seré yo el asesino encubierto, sempiterno y hostil que amaga con destruir los caminos que aún no han sido hollados por los pasos del tiempo?
¡Qué ignorancia la mía! Creer que puedo detener las manecillas circundantes de mi reloj imaginario, cuando apenas puedo erigirme en la mínima lumbre de la vida, y así, perdida en los laberintos estériles de voraces tic tac, muero impune de impulsos vanos. Ahora sé, que desde vientre estéril de mi ignorancia no pariré orugas ni mariposas, pero sí el sortilegio del mañana.