Lo habían encontrado en la escena del crimen,
ensangrentado, tembloroso y enroscado en un rincón. Cuando la policía lo
detuvo, no dijo palabra, sus ojos querían decir mil cosas pero era incapaz de
despegar los labios. El médico forense diagnosticó “estrés postraumático”
y fue derivado a un hospital psiquiátrico hasta que pudiera contar cómo se
habían desarrollado los hechos. El inspector Costa Mora arriesgaba hipótesis
que se caían, indefectiblemente, por su propio peso. Pasaron los días y el
sospechoso seguía sin hablar, con la mirada perdida en la nada y la boca cosida
por el silencio. La esposa de la víctima no se cansaba de hostigar a
Costa Mora, le exigía justicia, le pedía celeridad, necesitaba que el difunto
descansara, decía, en paz.
Al cabo de una semana, el inspector arrestaba a la
viuda por el asesinato de su marido. Fue cuando averiguó que el sospechoso era
el amante del hombre, lo único que pudo escribir, en un papel sucio, antes de
suicidarse por amor.
Finalista
de “Relatos Policíacos”Convocado por Letras con Arte – Agosto de 2015