Fui el barro donde esas manos alfareras me dieron forma de mujer, desperdigando besos y caricias, fui el cristal donde se reflejaron tus pupilas ahuecando las distancias que desaparecieron entre murmullos, fui la roca que aguantó los embates de tus olas contra la orilla imperfecta de mi éxtasis y mi locura. Fuimos un solo cuerpo mimetizados entre las sombras, mientras la noche se desmayaba en su afán por emularnos.
Y así, cuando el rayo póstumo escindió nuestros cuerpos en el frenesí descontrolado que ya no admitía lentitud ni retornos, alcancé con mis manos el cielo y con mi suspiros el infierno, alcancé la luz y el ocaso, todo a un tiempo, mientras una gota de sol que se había escapado de su cautiverio, se posó sobre mi alma para avisarme que la gloria llevaba tu nombre. Desde esa noche separo en sílabas tu amor y analizo el predicado. El sujeto, aunque tácito, lo llevo dentro de mí.